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ENCARCELADO
- Hola, ¿quién eres?
- No creo que mi nombre importe.
- Yo sí lo creo, y, me parece que ahora mismo no
estás en disposición de negociar.
- No voy a decírtelo
- Perfecto, ya se lo dirás a él. Por cierto, ¿qué
has hecho para que te encerraran aquí?
- Le he matado.
- ¿A quién?
- A él.
- ¿Quién es él?
- Era, tu jefe…
En cuanto salen de mi boca estas palabras le clavo
el puñal, que me he fabricado en mi estancia allí, en el pecho, atravesándole
el corazón. Le escondo en la sombra de la celda. Un carcelero, lleno de
cicatrices (marcas de diversas peleas, supuse), viene hasta mi celda, supongo
que para poner fin a mi estancia allí, y, consecutivamente, a mi vida. Me dice
que le siga y hago lo que me ordena, no puedo evitar reprimir una sonrisa, no
se ha dado cuenta de que estoy manchado de sangre, la de su amigo, aunque no
creo que sea algo fuera de lo normal en estos calabozos. Mientras camino por el
pasillo (en el que llevo seis días encerrado), frío, húmedo y casi oscuro,
iluminado por la tenue luz que sale por las puertas, me detengo para mirar las
celdas de los otros prisioneros, la mayoría sufre mutilaciones. Las celdas,
todas iguales, rectangulares, con el espacio suficiente para una tabla de
madera que, cubierta con una tela, hacía las veces de cama. Las paredes, de
piedra, están manchadas de sangre, de peleas, tanto de entre prisioneros como
de prisioneros contra guardias. El carcelero que me ha sacado de la celda se
para bruscamente, se agacha y coge por el pescuezo a un prisionero con una herida
de flecha, seguramente infringida por algún guardia, y le tira hacia su celda,
donde se golpea bruscamente con la pared y se oye un crujir de huesos, “algunas
costillas rotas”, pienso. Tras un tiempo, consigo ver una de las cinco puertas
que sirven de entrada y salida del calabozo. De ahí recorremos un gran pasillo,
lleno de cuadros de la Gran Época Dorada, que fue un espacio de tiempo en el
que Tuê se encontraba en paz. También veo que hay mostradores con armas
antiguas, la mayoría forjadas antes de que terminase la Gran Época, se dice que
sus hojas no se pueden oxidar ya que se usó el fuego de Kunwes para ser
forjadas, el mismo fuego en el que se crearon las tres espadas. Llegamos a una
gran sala, con las paredes de un rojo fuego decorado por los estandartes del
rey, muerto. Éste está protegido por siete hombres, de la Guardia Negra,
armados con espadas, hachas y ballestas, escondidas entre los dobleces de sus
capas, negras como el carbón, que les caen por la espalda hasta dar con sus
botas, negras también, que escondían un pequeño puñal. El que parece el jefe
estaba al lado del nuevo rey y logré ver que envainada tenía a Fallow, una de
las tres espadas forjadas en el fuego de Kunwes en la Época de la Creación, por
los Ancestrales, más conocidos como los Thautam. Las otras dos están cada una
en un templo distinto, rotas en pedazos, esperando a ser forjadas de nuevo,
cosa que solo se puede hacer en la fragua de Kunwes, antiguo guerrero de la
Guardia Negra. En el momento en el que se forjasen serían otorgadas a los tres
grandes Maestros de la Espada, que habitaban en una cueva en la Cordillera
Azul, al Este de toda civilización, al Este del Castillo Negro de Kalkaum,
lugar en el que había estado encerrado.
Me desencadenan y me empujan de tal forma que caigo
de rodillas frente a Arak, hermano del difunto Orak, antiguo rey de Kalkaum,
aquel por el que he estado encerrado en ese lugar. Arak era uno de los tres
Maestros de la Espada, cosa que me extraña, ya que no estaba en la cueva en la
que debía estar, aunque supuse que era porque su hermano había muerto. Arak era
aquel que controlaba a los dragones, aquel que había vivido miles de vidas
humanas en La Muralla, defendiéndola de los peligros que acechaban noche y día,
hasta que tuvo una conversación con el Maestro. Le corrompió de tal modo que se
volvió frío y distante, estuvo vagando durante siglos por las Montañas de la
Llanura, fuera de la ciudad, enfrentándose a demonios y bestias.
- ¡Asesino! – me grita en cuanto me ve, una de las
venas del cuello se le marca de tal forma que casi se le sale de la piel. - ¡Has
matado a mi hermano a sangre fría, y ahora te toca a ti morir, a manos de la
misma hoja con la que le arrebataste la vida al antiguo rey, con Fallows, la
más grande de las tres, y yo seré tu ejecutor!
Le miro fijamente, a los ojos, demostrando toda la
calma posible, provocándole, en silencio, mis ojos, rojos como la sangre, penetran
en lo más oscuro de su alma, haciendo que reviva sus más terribles recuerdos,
aquellos seleccionados por nuestra mente, aquellos que esconde y olvida para
ahorrarnos sufrimiento. Uno de esos, el
más cercano, es la muerte de su hermano, cosa que resultó provocar más ira.
Me lanza una estocada al pecho, que esquivo por
poco. En unos instantes me veo armado con la espada de un guardia al que mato.
Yo contra siete. Fácil. Me vienen dos, les acuchillo a los dos, a uno en el
cuello y al otro a la altura del pecho. Ya solo quedan cinco. Por lo que veo,
dos están protegiendo al nuevo rey, que porta a Fallows, mi objetivo. Me rodean
otros dos, me atacan a la vez, defiendo a uno, al otro le lanzo una patada, se
cae para atrás, aprovecho y le clavo la espada, en ese mismo momento viene el
otro y me clava un puñal en la pierna, le miro, me mira, suelta la espada, su
cara va palideciendo por momentos, lanzo una estocada, ya solo quedan tres. Veo
que dos flechas matan a los guardias. Miro hacia atrás, y le veo, a mi hermano,
Notham, armado con su arco. Ahora somos nosotros dos contra Arak.
- ¿Qué haces aquí? – le pregunto a mi hermano.
- Hace un par de día escuché que tenían prisionero
a un gran guerrero, que había acabado con el líder de la ciudad. Y, en seguida
supe que eras tú, nadie más podía hacer tal tontería.
- Bien, veo que me conoces.
- ¿Quién es este? – me dice señalando con su arco a
Arak.
- Es Arak, el menor de los Tres – le explico.
- Ni idea.
- El que fue corrompido por el Maestro.
No tenía que haberle mencionado… El Maestro es el
que terminó con la vida de nuestros padres, muerte que yo ya había pasado, pero
que mi hermano pequeño todavía sentía cercana.
- Así que es algo parecido al lacayo del asesino de
nuestros padres, ¿no?
- Algo así – mi hermano le mira con odio y con
pena. Notham no creía en la lealtad de la gente.
Nos acercamos a Arak, que intenta defenderse con
Fallows, pero mi hermano dispara y la flecha impacta en su muñeca,
atravesándola, para que suelte la espada.
- Sucios humanos… - maldice el rey.
- Sucios, sí, pero que hemos derrotado a un Maestro
de la Espada –le recuerdo.
- ¿Derrotado, yo? – nos mira sonriendo – No sabéis
hasta donde llega mi poder, ¿verdad?
Desaparece. Donde antes había un lastimado rey
ahora no hay nada. No tenía que haberle subestimado, si ha sobrevivido tanto
tiempo con tantos enemigos habrá sido por algo.
- Hermano, le encontraremos. Estará con el Maestro.
– le prometí a mi hermano.
Nos esperaba una gran aventura por Tuê, nuestro
destino son las Cordilleras de Likdem. Más allá de la Llanura Exterior.
Tendremos que enfrentarnos a demonios, humanos y todos los peligros que se
puedan imaginar. Necesitaremos ayuda, nosotros dos solos no podremos. Tenemos
que llegar hasta la guarida de los Maestros de la Espada y conseguir antes las
otras dos, Jorkam y Kahart, hielo y fuego.
Nos damos media vuelta, y salimos del Castillo por
la gran puerta de la entrada, sabiendo que esta podría ser nuestra última
aventura juntos, nuestra última aventura.
Buenísimo. Sigue con el segundo :)
ResponderEliminarGracias!!!! Tú también escribes muy bien!!
EliminarPD: Pasaros por su blog ---> www.primrosedandelion.blogspot.com
Tú no habrás escrito el guión de algún capítulo de Juego de Tronos, no?
ResponderEliminarMe ha gustado. Dale caña.
No jajajajaja muchas gracias!!
EliminarEl segundo capitulo ya está en proceso
Muy bueno, en apenas unos párrafos uno se mete completamente en la historia. Enhorabuena!
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